Desde que me dijeron que frotara mis dedos, he estado sintiendo la agonía que me produce el dolor que arrastro todos los días. Unos días me despierto sintiéndome más fuerte que otros, pero al final, al acostarme todas las noches, solo me queda pedirle a Dios que este dolor cese. En muchos momentos, pienso en todo lo que me pasa y siento, y jamás me imagine que esto doliera tanto. No se porque algo tan lindo causa tanto dolor. Camino con una herida abierta, agonizo, pero nada que muero. No hablo como si tuviera ganas de morirme, para nada. Espero que la benevolencia de Dios me permita largura de días aquí en la tierra. Mas si me sorprende sentir el dolor tan profundo que siento, el vacío, la soledad, la angustia y la incertidumbre que produce este constante goteo. Lo increíble es que mi herida no sangra, mi herida no es un resultado del odio, ni tampoco fui herido de manera violenta. Hay en mí, un destello intenso y cálido que brilla como un precioso diamante, las memorias que produce este sentimiento en mi son tanto risas como llanto, pero al final mas llanto que risa porque termino en el piso apretando mi pecho, recogido de dolor pidiéndole a Dios que pare ya y tenga misericordia de mí. En medio de tan profundo dolor, lo único que salen son bendiciones de mi boca. Pasan los días, y mi sorpresa incrementa. El ensanchamiento de mi entendimiento y conocimiento de mi persona, corazón y Dios, me hacen entender que probablemente la calidez de este sentimiento me acompañe hasta el final.
Sea el que sea el final de mis días.